PAZPAZPAZ
NUEVA YORK 19.03.13.- Yo solo conocía a Yoani Sánchez a través de sus palabras escritas.
Durante seis años he seguido sus osados reportajes desde Cuba, maravillada desde la resguardada distancia de mi casa en Miami por sus innovadoras proezas en Internet.
He escrito sobre ella — en una ocasión aguantando la respiración mientras ella estaba en la cárcel con la esperanza de que mis propias palabras hicieran eco y ayudaran a liberarla — y ahora, aquí está ella, sentada frente a mí en una velada tarde en la noche en el apartamento de una amiga en Manhattan.
Servido en la mesa entre nosotras hay un buffet de sándwiches, antipasto y salsas.
La conversación acerca de familia y el país en compañía de un pequeño grupo de cubanoamericanos y de miembros de la facultad de la Universidad de Columbia fluye como el vino con el que brindamos por ella —el mío un albariño español, el de ella un tinto de reserva chileno.
Fue un momento surrealista, preciado, tan único como esta bloguera/activista/periodista independiente/disidente que se las ha arreglado para encauzar —podría decirse que imponer— la atención mundial hacia la falta de libertades básicas en Cuba. Si su popular blog Generación Y, sus frecuentes y fértiles tuits y sus columnas traducidas son poderosas, ella es igualmente impresionante en persona, respondiendo preguntas de periodistas, estudiantes y de la continua vertiente de personajes procastristas que aparecen nadie sabe de dónde para interrumpir y sabotear sus discursos.
“Lo cierto es que estoy aquí y voy a regresar [a Cuba]”, dijo el viernes en la Universidad de Nueva York (NYU). “¿Que si tengo miedo? Sí, tengo mucho miedo”. Ella dice que está consciente de que está arriesgando su vida y espera represalias cuando regrese a Cuba, pero agregó que espera que la comunidad internacional la proteja.
Sánchez está aquí para participar durante todo el fin de semana en la conferencia académica “La revolución recodificada: La cultura digital y la esfera pública en Cuba,” patrocinada por NYU y The New School, una universidad en Greenwich Village orientada hacia el arte.
El evento, según me dijo uno de los panelistas, comenzó como una conversación entre dos académicos e iba a ser una modesta mesa redonda hasta que el perfil de Sánchez —más visible durante sus giras por Brasil, Praga, España y México que precedieron la de Estados Unidos— elevó la demanda y necesidad de un alto grado de seguridad.
Su gira por tres ciudades en Estados Unidos la traerá a Miami, donde tiene una hermana y una sobrina, para hablar en la Torre de la Libertad y la Universidad de la Florida el 1ro. de abril.
“Estoy aquí para escuchar y aprender”, me dijo acerca de su visita a la capital de Cuba en el exilio.
En NYU, todos los presentes, incluyendo a periodistas, tuvieron que pasar por detectores de metales para entrar en el salón donde ella dio una conferencia de prensa, y adondequiera que Sánchez va lleva a su lado un constante escolta, incluyendo sus visitas a Bloomberg y a las oficinas principales de Google.
También en la Universidad de Columbia, que alberga una de las principales y más prestigiosas escuelas de periodismo del país y donde se presentó por primera vez en Estados Unidos, hubo una estricta seguridad.
Durante seis años he seguido sus osados reportajes desde Cuba, maravillada desde la resguardada distancia de mi casa en Miami por sus innovadoras proezas en Internet.
He escrito sobre ella — en una ocasión aguantando la respiración mientras ella estaba en la cárcel con la esperanza de que mis propias palabras hicieran eco y ayudaran a liberarla — y ahora, aquí está ella, sentada frente a mí en una velada tarde en la noche en el apartamento de una amiga en Manhattan.
Servido en la mesa entre nosotras hay un buffet de sándwiches, antipasto y salsas.
La conversación acerca de familia y el país en compañía de un pequeño grupo de cubanoamericanos y de miembros de la facultad de la Universidad de Columbia fluye como el vino con el que brindamos por ella —el mío un albariño español, el de ella un tinto de reserva chileno.
Fue un momento surrealista, preciado, tan único como esta bloguera/activista/periodista independiente/disidente que se las ha arreglado para encauzar —podría decirse que imponer— la atención mundial hacia la falta de libertades básicas en Cuba. Si su popular blog Generación Y, sus frecuentes y fértiles tuits y sus columnas traducidas son poderosas, ella es igualmente impresionante en persona, respondiendo preguntas de periodistas, estudiantes y de la continua vertiente de personajes procastristas que aparecen nadie sabe de dónde para interrumpir y sabotear sus discursos.
“Lo cierto es que estoy aquí y voy a regresar [a Cuba]”, dijo el viernes en la Universidad de Nueva York (NYU). “¿Que si tengo miedo? Sí, tengo mucho miedo”. Ella dice que está consciente de que está arriesgando su vida y espera represalias cuando regrese a Cuba, pero agregó que espera que la comunidad internacional la proteja.
Sánchez está aquí para participar durante todo el fin de semana en la conferencia académica “La revolución recodificada: La cultura digital y la esfera pública en Cuba,” patrocinada por NYU y The New School, una universidad en Greenwich Village orientada hacia el arte.
El evento, según me dijo uno de los panelistas, comenzó como una conversación entre dos académicos e iba a ser una modesta mesa redonda hasta que el perfil de Sánchez —más visible durante sus giras por Brasil, Praga, España y México que precedieron la de Estados Unidos— elevó la demanda y necesidad de un alto grado de seguridad.
Su gira por tres ciudades en Estados Unidos la traerá a Miami, donde tiene una hermana y una sobrina, para hablar en la Torre de la Libertad y la Universidad de la Florida el 1ro. de abril.
“Estoy aquí para escuchar y aprender”, me dijo acerca de su visita a la capital de Cuba en el exilio.
En NYU, todos los presentes, incluyendo a periodistas, tuvieron que pasar por detectores de metales para entrar en el salón donde ella dio una conferencia de prensa, y adondequiera que Sánchez va lleva a su lado un constante escolta, incluyendo sus visitas a Bloomberg y a las oficinas principales de Google.
También en la Universidad de Columbia, que alberga una de las principales y más prestigiosas escuelas de periodismo del país y donde se presentó por primera vez en Estados Unidos, hubo una estricta seguridad.
No obstante, activistas procastristas se sentaron entre la multitud de estudiantes y profesores que colmaban el Lecture Hall y la interrumpieron con el despliegue de una pancarta en blanco y negro que decía: “Tú no eres una prensa libre, sino barata”.
Sánchez, que está viajando después de habérsele negado el permiso de salir de Cuba 20 veces en cinco años, reaccionó ante los enardecidos con un aplomo pacífico, optando por caminar cerca de sus detractores sin alejarse de ellos cuando fue conducida hacia la salida del salón para participar en entrevistas con reporteros.
Le dijo a los periodistas que no le dieran mucho crédito al gobierno cubano por las reformas que le permitieron viajar porque fueron el resultado de presiones procedentes del pueblo cubano y del mundo exterior y no de la convicción de que existía la necesidad de realizar cambios fundamentales y de “respetar” los derechos de los ciudadanos.
Dijo también que los exiliados cubanos podían ayudar a cubanos en la isla mediante “el regalo de la tecnología”. Llenen a Cuba de teléfonos celulares, discos duros, varillas de memoria, cualquier cosa que ayude a la gente a conectar con Internet y el mundo exterior, dijo.
“La tecnología nos protege”, añadió.
Fue fácil ver que tenía más amigos que enemigos en esta ciudad llamada la capital del mundo. Al presentarla, Josh Friedman, director de los Premios Maria Moors Cabot con base en Columbia, la describió como “una persona muy auténtica, muy sencilla y humana”.
A Sánchez se le otorgó una mención de honor del Premio Cabot en 2009 por sus crónicas de blog, pero el gobierno cubano le negó el permiso para venir aquí a recibirlo. Ha pospuesto el acto de aceptarlo hasta octubre, cuando la universidad quiere que regrese a recoger su premio en la gala del 75to aniversario del Premio Cabot.
“Desde el podio aquí en la Universidad de Columbia quiero decir que Yoani Sánchez es una periodista”, dijo Friedman. “Sí, también es conflictiva, pero se supone que uno sea conflictivo”.
A pesar de lo que dicen sus críticos, su tarea —que Friedman llamó “palabras bajo presión”— está “desprovista de ideología”. El secreto de sus reportajes, agregó, es que “es una magnífica observadora”.
Después de viajar aquí desde México, hablar en Columbia y dar varias entrevistas Sánchez estaba exhausta pero aceptó la invitación a cenar tarde en la noche en casa de la profesora de periodismo en Columbia Mirta Ojito, ex periodista del New York Times y del Miami Herald, una cubana-americana que, al igual que yo, ha seguido de cerca las actividades de Sánchez.
Sánchez sólo mostró cansancio cuando, sin perder el ritmo de la conversación en la mesa, tomó su famoso cabello largo, lo enroscó en perfectas trenzas y, en un instante, sin utilizar un solo accesorio, lo convirtió en un artístico peinado.
Ojito y yo nos miramos y nos reímos a gusto al reconocer la habilidad de los cubanos de resolver y de la calidad humana de esta extraordinaria mujer —esposa de un periodista que trabaja manteniendo el elevador en el edificio de apartamentos donde viven en La Habana, madre de un joven de 18 años con los normales temas de adolescencia (“tira puertas”, dijo ella), una escritora que se ha convertido en una espina clavada en el costado del gobierno cubano y de sus seguidores en todo el mundo.
Bienvenida a Estados Unidos, expresó nuestra mirada cómplice, hemos esperado ansiosamente este momento.
Sánchez, que está viajando después de habérsele negado el permiso de salir de Cuba 20 veces en cinco años, reaccionó ante los enardecidos con un aplomo pacífico, optando por caminar cerca de sus detractores sin alejarse de ellos cuando fue conducida hacia la salida del salón para participar en entrevistas con reporteros.
Le dijo a los periodistas que no le dieran mucho crédito al gobierno cubano por las reformas que le permitieron viajar porque fueron el resultado de presiones procedentes del pueblo cubano y del mundo exterior y no de la convicción de que existía la necesidad de realizar cambios fundamentales y de “respetar” los derechos de los ciudadanos.
Dijo también que los exiliados cubanos podían ayudar a cubanos en la isla mediante “el regalo de la tecnología”. Llenen a Cuba de teléfonos celulares, discos duros, varillas de memoria, cualquier cosa que ayude a la gente a conectar con Internet y el mundo exterior, dijo.
“La tecnología nos protege”, añadió.
Fue fácil ver que tenía más amigos que enemigos en esta ciudad llamada la capital del mundo. Al presentarla, Josh Friedman, director de los Premios Maria Moors Cabot con base en Columbia, la describió como “una persona muy auténtica, muy sencilla y humana”.
A Sánchez se le otorgó una mención de honor del Premio Cabot en 2009 por sus crónicas de blog, pero el gobierno cubano le negó el permiso para venir aquí a recibirlo. Ha pospuesto el acto de aceptarlo hasta octubre, cuando la universidad quiere que regrese a recoger su premio en la gala del 75to aniversario del Premio Cabot.
“Desde el podio aquí en la Universidad de Columbia quiero decir que Yoani Sánchez es una periodista”, dijo Friedman. “Sí, también es conflictiva, pero se supone que uno sea conflictivo”.
A pesar de lo que dicen sus críticos, su tarea —que Friedman llamó “palabras bajo presión”— está “desprovista de ideología”. El secreto de sus reportajes, agregó, es que “es una magnífica observadora”.
Después de viajar aquí desde México, hablar en Columbia y dar varias entrevistas Sánchez estaba exhausta pero aceptó la invitación a cenar tarde en la noche en casa de la profesora de periodismo en Columbia Mirta Ojito, ex periodista del New York Times y del Miami Herald, una cubana-americana que, al igual que yo, ha seguido de cerca las actividades de Sánchez.
Sánchez sólo mostró cansancio cuando, sin perder el ritmo de la conversación en la mesa, tomó su famoso cabello largo, lo enroscó en perfectas trenzas y, en un instante, sin utilizar un solo accesorio, lo convirtió en un artístico peinado.
Ojito y yo nos miramos y nos reímos a gusto al reconocer la habilidad de los cubanos de resolver y de la calidad humana de esta extraordinaria mujer —esposa de un periodista que trabaja manteniendo el elevador en el edificio de apartamentos donde viven en La Habana, madre de un joven de 18 años con los normales temas de adolescencia (“tira puertas”, dijo ella), una escritora que se ha convertido en una espina clavada en el costado del gobierno cubano y de sus seguidores en todo el mundo.
Bienvenida a Estados Unidos, expresó nuestra mirada cómplice, hemos esperado ansiosamente este momento.
En: http://cubaleaks.net/?p=1028
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE BORIS
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